Enviado por admin el Mar, 20/01/2015 - 16:12
Nombre autor

Daniel Fernando Ulloa Quevedo

Descripcion del autor

Nacido en Bogotá en 1976, es psicólogo de la Universidad Javeriana. Máster en Psicología Analítica Junguiana de la Universidad Ramon Llull de Barcelona y Máster en Psicología Clínica y de la Salud de la Universidad de Barcelona. Doctorando en Antropología Social y Analista Junguiano en formación por el Instituto Jung de Barcelona. Ha realizo estudios en Derechos Humanos y Psicología Transpersonal. Trabajó 4 años en proyectos de atención psicosocial con personas en situación de desplazamiento en Colombia. Desde el año 2004 reside en la ciudad de Barcelona. Hizo parte de la junta directiva de la Asociación Sarau, que promueve la inclusión de personas con diversidad funcional y problemáticas de la salud mental. Actualmente se dedica a la investigación en temas de migración, globalización, cosmopolitismo y salud mental. Tiene consulta privada como psicoterapeuta y realiza atención psicoterapéutica online, particularmente con colombianas y colombianos que se encuentran en el extranjero. En el siguiente enlace se pueden encontrar algunos artículos que ha escrito sobre la migración y su impacto psicológico http://psicoterapiajung.blogspot.com.es

El viaje iniciático: una lectura arquetipal

Aunque la movilidad de personas entre regiones y países ha sido una constante a lo largo de la historia de la humanidad, en las últimas décadas,  dicho fenómeno se ha intensificado,  llegando a ser un factor con fuertes implicaciones para una significativa cantidad de personas en todo el mundo.

 

El “nomadismo contemporáneo”, es considerado por diversos científicos  sociales,  como un efecto en las personas de la intensificación del capitalismo de las últimas décadas, (flujo de capitales, mercados, trabajadores), facilitado además  por los avances tecnológicos en los medios de transporte y comunicación. 

 

La movilidad de personas entre países es  considerada también,  como una expresión más de ciertas características que se le atribuyen a la posmodernidad,  como: la fluidez, la deslocalización,  la condensación del tiempo y el espacio (todo es mucho más efímero, rápido y cercano) de la que nos hablan sociólogos como Sennet, Bauman o Beck.

 

Para el sociólogo francés Michel Maffesoli, la masiva movilidad contemporánea implica un   desdibujamiento de las fronteras físicas y cognitivas. Hace parte del resurgimiento de valores dionisiacos, que emergen como una nueva vitalidad, en respuesta a la saturación de la rigidez y estricta compartimentación de la modernidad, racional y apolínea. Nos encontramos, según el autor, en una transición constructiva de nuevos valores y principios, coherentes con las particulares del contexto contemporáneo, en la que el nomadismo es la vez un facilitador y una expresión de dicho fenómeno social.

 

Es evidente  que no es posible estandarizar  las motivaciones y las circunstancias de los procesos migratorios de las personas.  Dichas circunstancias  se encuentran mediatizadas entre otras, por la diversidad de las condiciones socio-económicas dadas en el contexto de origen.  Así,  para algunos, la migración puede ser una oportunidad de vivir nuevas experiencias, ampliar horizontes y satisfacer la curiosidad para conocer mundo; mientras que para otros,  la migración es vivida  como una necesidad de transformar condiciones vitales de precariedad.

 

Es diferente ser un “viajero” del primer mundo al que se le suele recibir con los brazos abiertos, a un “inmigrante” del tercer mundo, que tiene que afrontar diversas trabas y se ve expuesto a situaciones de explotación e inhibición  en la vivencia de derechos sociales fundamentales.

 

Aunque para algunos el viaje migratorio se realice  en condiciones más o menos favorables,  de todas maneras,  implica confrontarse con circunstancias que movilizan y compelen a desarrollar aspectos no reconocidos de nuestra personalidad.

 

Los mitos, la historia oral y la literatura, nos han hablado desde tiempos inmemoriales de los viajes iniciáticos. Es decir,  aquellos viajes  en los que acontecen múltiples aprendizajes y en ocasiones una profunda transformación para quien lo realiza.  La persona es iniciada entonces, en potencialidades  hasta ahora desconocidas para sí misma.

 

El psiquiatra suizo Carl Jung, considera que las historias míticas de los viajes iniciáticos, como los de Odiseo, Hércules, Dante  o Marco Polo,  son un símbolo del proceso de transformación interior, que todas la personas nos vemos abocados a realizar a lo largo de nuestra vida. Este proceso lo denominó el viaje del héroe o proceso de individuación.

 

El viaje del héroe,  es considerado como una pulsión hacia la realización de sí mismo. Es un una fuerza que nos compele a expresar y desplegar aspectos internos no vividos. Esta pulsión es una constante a lo largo de la vida,  pero en ocasiones se manifiesta con más urgencia en particulares momentos del ciclo vital o por  circunstancias  del contexto.

 

El viaje del héroe o heroína, inicia arquetípicamente como una llamada a la realización de sí mismo, manifestada por la necesidad de emprender el viaje.  Míticamente, los héroes suelen emerger en épocas de precariedad, de muerte de formas sociales, de creencias religiosas, políticas o psicológicas. En nuestra vida personal, nos podemos ver abocados a realizar el viaje, cuando nos sentimos estancados, con ansias de sentirnos más plenos o cuando las circunstancias del contexto nos aprietan cada vez más. Así, la llamada a emprender el viaje de transformación, puede verse precedida de una crisis, una ruptura amorosa, un duelo o  en general de circunstancias que nos conducen a la búsqueda de otros horizontes. 

 

Por su puesto que el viaje del héroe, hace referencia a un viaje simbólico, a un viaje interior que es posible realizar sin desplazarnos físicamente, pero puede manifestarse también de manera más o menos literal, por lo que  la llamada del héroe puede  emerger en forma  de una oferta de trabajo, una beca en algún lugar, o como la  oportunidad  de mejorar aspectos económicos, educativos o sociales en el extranjero.  Muchas personas narran como una de las motivaciones para emprender su viaje migratorio, el  hecho de sentirse extranjeros y extraños en su propio contexto, emergiendo el deseo de encontrar un lugar en el que puedan desenvolverse de manera más genuina.

 

La meta del camino del héroe se representa como la búsqueda de un tesoro, una tierra prometida, la piedra filosofal, el santo grial, el príncipe o la princesa.  Cada uno de nosotros posee el objeto de su búsqueda, sin embargo lo usual es que  el camino nos sorprenda con tesoros que jamás  habíamos imaginado.

 

En ocasiones,  antes de emprender el viaje nos suceden múltiples casualidades  (con personas, libros, películas) que poco a poco nos van llevando elegir cierto lugar como destino de nuestra migración. A estas casualidades,  Carl Jung las denominó sincronicidades y las consideraba como una manifestación de la relación existente entre el mundo psíquico y físico, del que nos habla también la física cuántica. Las sincronicidades nos conducen  hacia aquellas travesías,  que de alguna manera nos facilitan o exigen ese proceso de transformación.

 

El resultado del viaje del héroe, se suele representar como un nuevo nacimiento.  Conlleva una alta dosis de coraje y humildad, para soportar y trascender obstáculos y retos. El proceso de transformación del héroe, implica entonces,  ir muriendo a determinados estadios para nacer a otros.  La escritora Carol Pearson propone entender el viaje del Héroe como una transición por distintos arquetipos.  Los arquetipos son imágenes presentes en las mitologías de todos los pueblos, que se encuentran relacionados con situaciones típicas con las que se ha confrontado la humanidad a lo largo de su historia. Son una especie de fuerzas operantes que pueblan lo inconsciente colectivo, y  que funcionan como fuentes creativas  y de estímulo para vivir determinado tipo de experiencias.

 

Según la autora, el viaje del héroe se inicia a partir del arquetipo del Inocente.  En nuestro  caso, esta etapa estaría referida el entorno seguro y familiar de nuestro lugar de origen.  Es la etapa también de las expectativas idealizadas de nosotros mismos o de nuestro lugar de acogida.  Suponemos, por ejemplo,  que tenemos  un mejor nivel de idioma del que luego nos percatamos que tenemos. Nos inunda  la fantasía de que alguien o algo van a proveernos en nuestras necesidades, que nos va a “llover” el trabajo del cielo. Es la etapa de las  falsas ilusiones, que se comportan como una ficción funcional, ya que quizás si  fuéramos demasiado consientes de las condiciones reales que tendremos que afrontar, más difícilmente nos animaríamos a emprender el viaje.  Esta etapa se puede manifestar  también  como una especie de  enamoramiento del lugar de nuestra migración, percibimos todo fantástico, lo novedoso nos estimula y tenemos la esperanza de que todo vaya a ser un camino de rosas.

 

Al contrastar estas expectativas y confrontarnos con las condiciones concretas en el lugar de acogida, al comenzar a descubrir el lado oscuro de todo aquello que nos parecía tan fantástico, emerge entonces el arquetipo del Huérfano, y  mucho de lo que habíamos imaginado se desvanece.  Es común en este sentido, que en el proceso migratorio nos veamos abocados a realizar actividades que jamás habíamos pensado que llevaríamos a cabo, a convivir con personas y costumbres que nos sorprenden y cuestionan.  Ocurre entonces una especie de descenso, al que los griegos denominaban “katabasis”. Este fenómeno es  considerado usualmente como una etapa inicial en los  procesos iniciáticos.  La katabasis puede manifestarse como el impacto que nos sobreviene por la pérdida de un estatus previo,  una “cura de humildad”, al por ejemplo tener que realizar trabajos que se encuentran muy por debajo de nuestra formación o nuestras expectativas.   También al hecho de vernos sujetos a ser catalogados como pertenecientes a un grupo –el de los inmigrantes- al que se le  suelen otorgar connotaciones de marginalidad.

 

El sociólogo Alfred Shutz, que realizó importantes reflexiones sobre la condición de extranjero, basado en parte en su propia experiencia migratoria en los Estados Unidos;  describe como para un extranjero el modelo cultural del nuevo grupo no se constituye en un refugio, sino mas bien en una fuente de cuestionamientos, no es una herramienta que nos permita satisfacer situaciones problemáticas, sino una situación en si misma problemática y difícil de controlar.  Lo considera un “laberinto” donde se desvanece el sentido de orientación.

 

Pueden venirse abajo creencias firmemente arraigadas, comenzamos a cuestionar muchos aspectos que considerábamos "naturales".  Lo que hemos venido siendo y haciendo ya no nos funciona en este nuevo contexto, y se nos compele a experimentar e integrar nuevas maneras de ser y de hacer. Es la etapa de las añoranzas y del sentimiento de desvalimiento. En esta etapa   suele haber un recuerdo idealizado de nuestro lugar de origen y una tentativa muy grande de renunciar al empeño de continuar con nuestro viaje.  

 

Un elemento relevante, es que al encontrarnos en un país extranjero, la mirada de los otros hacia nosotros mismos se modifica,  permitiendo de alguna manera, flexibilizar nuestra identidad, brindando  la oportunidad de explorar facetas y nutrirnos de esas nuevas miradas.

 

El sociólogo Van Gennep resalta como una constante en  los pueblos “primitivos” el desarrollo de una serie de mecanismos rituales purificatorios y exorcistas para relacionarse con el extranjero.  Esto debido a que el extranjero,   suele ser concebido como un elemento potencial de perturbación del orden social o mitológico.

 

El  proceso migratorio, es pues,  siempre, un encuentro con la alteridad ajena, pero sobre todo con  la propia.  Podemos llegar a vivir esta etapa   con altas dosis de incertidumbre, casi como si tuviéramos que realizar un salto al vació.  Se presentan, en ocasiones,  momentos de gran confusión, en el que nos sentimos perdidos, pero es precisamente,  esa especie de caos primordial, el contexto propicio para la emergencia y despliegue, de nuevas actitudes y principios.

 

La “Gran Obra” de los alquimistas, el encuentro con la “piedra filosofal”, "la construcción de alma", de la que nos habla James Hillman, se inicia siempre a partir de un caos indiferenciado y obscuro. “Nadie desarrolla su personalidad porque se le diga que es bueno hacerlo” nos dice Jung. Es como consecuencia de un apremio, de una gran necesidad, que la naturaleza y el alma se ponen en marcha.

 

Luego de pasar por este sentimiento de impotencia y orfandad, de la “noche oscura del alma” emerge el arquetipo del Guerrero. Este es el que nos da la energía para superar los obstáculos, para levantarnos de las caídas, nos anima a desarrollar los recursos que nos exige  el nuevo contexto, nos permite recobrar la esperanza y las fuerzas para continuar la travesía. Poco a poco y gracias a nuestra perseverancia, paciencia,  a los aliados y adversarios que hallamos en el camino, vamos saliendo del laberinto y el espacio  de acogida  va deviniendo en  un hogar, en el que podemos desplegar las nuevas capacidades adquiridas.  

 

Finalmente emerge el arquetipo del Mago, bajo su influjo  tenemos la capacidad  darle sentido al viaje recorrido. Nos brinda la sabiduría para  agradecer los buenos y malos momentos que hemos atravesado, pues es a partir de estos que  hemos hallado el tesoro. Tesoro que se traduce  en  mayor comprensión de nosotros mismos y de la humanidad, un mayor conocimiento de nuestra complejidad, de nuestras debilidades y potenciales. El camino nos ha permitido también,  flexibilizar nuestra identidad y convivir de una mejor manera con la incertidumbre y las vicisitudes de la vida. El arquetipo del mago es el que nos permite también ponderar y acoger de una manera más ecuánime las luces y sombras de nuestros lugares de origen y acogida.

 

Luego de este proceso de transformación, en ocasiones,  al regresar de nuevo a nuestro lugar de origen, nos sentimos extraños, como si todo se hubiera “congelado en el tiempo”, mientras nosotros ya no somos los mismos.  Esta sensación de extrañamiento, es también  un motor y aliciente para seguir buscando nuestra patria psíquica. Patria simbólica que no es otra   que la continua y nunca limitada  realización de nosotros mismos y nuestros potenciales.

 

La condición de migrante, de extranjero, puede ser visto entonces como una intensificación del sentimiento inherente al ser humano,  del  anhelo jamás colmado, de hallarnos en un lugar de plenitud y bienestar. Sentimiento que nos motiva a profundizar en nosotros mismos y a redescubrirnos de manera constante.

 

Grandes han sido las producciones que nos han legado artistas y filósofos, cuyo motor creativo ha sido dicho sentimiento y las condiciones que se catapultaron por el hecho de estar en un lugar lejano. Para nosotros, el proceso migratorio es la oportunidad de ser más conscientes de la necesidad  de realizar nuestra gran  y principal obra, que es el promovernos una vida digna, profunda  y enriquecedora.  Esa búsqueda por desgracia y fortuna, nunca tiene fin, y no existe lugar en la tierra que lo pueda satisfacer.