El desastre de Haití demuestra una vez más algo que nosotros, como seres humanos, hemos sabido siempre: que incluso ante la peor devastación siempre hay esperanza. Lo he contemplado yo mismo esta semana en Puerto Príncipe. La ONU sufrió su peor pérdida de la historia. Nuestra sede en la capital haitiana quedó reducida a un cumulo de cemento y acero retorcido. Cómo podría sobrevivir alguien, pensé? Pero instantes después de partir de allí, con el corazón encogido, los equipos de rescate sacaron un sobreviviente tras estar cinco días enterrado entre los escombros, sin agua o comida. Creo que fue un pequeño milagro, una señal de esperanza. Desastres como el de Haití nos recuerdan la fragilidad de la vida, pero también reafirman nuestra fortaleza. Hemos contemplado imágenes espantosas por televisión: edificios derrumbados, cadáveres en las calles, personas hambrientas, sedientas y sin hogar. Lo he visto todo, y más cosas, mientras caminaba por la devastada ciudad. Pero también he visto algo más –una expresión destacable del alma humana, gente sufriendo los peores golpes que seguían demostrando una extraordinaria resistencia. Durante mi breve visita, me reuní con personas que se encontraban en la calle. Varios jóvenes que estaban cerca de las ruinas del palacio presidencial me dijeron que querían ayudar en la reconstrucción de Haití. Más allá de la crisis inmediata, esperan empleos, un futuro digno y un trabajo que puedan llevar a cabo. Por las calles me encontré una madre joven que vivía con sus hijos en una tienda de campaña en un parque, con escasa comida. Había miles como ella, pacientemente resistiendo, ayudándose unos a otros lo mejor que podían. Ella tenía fe en que pronto llegaría ayuda, así como otros ya la han obtenido. “He venido a ayudar” les dije. “No se desesperen”. La mujer me respondió diciendo que pedía la ayuda de la comunidad internacional para reconstruir Haití para los niños, para las generaciones futuras. Para los que lo han perdido todo la ayuda ya no llegará lo suficientemente pronto. Pero ya está llegando y cada vez en mayores cantidades a pesar de las dificultades logísticas de la capital, donde ha desaparecido toda clase de servicios. El lunes por la mañana ya estaban trabajando más de 40 equipos internacionales de búsqueda y rescate  que contaban con 1.700 personas. Ya hay más agua para beber y cada vez son más las tiendas de campaña y refugios provisionales disponibles. Los hospitales que han sufrido grandes daños empiezan a funcionar de nuevo con ayuda de equipos médicos internacionales. Mientras, el Programa Mundial de Alimentos trabaja con el Ejército de EE UU para distribuir raciones diarias de comida para 200.000 personas. Esperan llegar a alimentar a un millón de personas en las próximas semanas y hacen un esfuerzo para llegar a los dos millones. Hemos visto como fluía la ayuda internacional, consecuente con la magnitud del desastre. Todas las naciones y organizaciones internacionales se han movilizado en ayuda de Haití. Nuestra tarea es canalizar esa ayuda. Necesitamos asegurarnos de que la ayuda llega a quienes lo necesitan tan rápido como sea posible. No podemos dejar material esencial guardado en nuestros almacenes. No tenemos tiempo que perder ni dinero que derrochar. Se requiere una coordinación fuerte y efectiva –la comunidad internacional trabajando conjuntamente, todos a unidos, con la ONU liderando. Este trabajo crítico comenzó desde el primer día, conjuntamente entre la ONU y las agencias de ayuda internacionales y también con otros actores clave – la ONU ha trabajado a fondo con EE UU y los países de Europa, Latinoamérica y muchos otros para identificar las necesidades humanitarias más urgentes y atenderlas. Estas necesidades deben agruparse de modo preciso para que no se dupliquen esfuerzos y haya complementariedad entre las diversas organizaciones. Por ejemplo, el grupo de necesidades sanitarias que dirige la OMS, ya organiza y coordina la asistencia médica de 21 organizaciones internacionales. La urgencia del momento predominará, como es lógico, sobre la planificación, pero no es demasiado pronto para pensar en el mañana, un punto que el presidente Rene Preval me enfatizó cuando nos reunimos. Aunque es tremendamente pobre, Haití ha hecho algunos progresos. Gozaba de una estabilidad desconocida y los inversores habían regresado. No será suficiente para reconstruir el país como era, ni bastará con hacer mejoras cosméticas.  Debemos ayudar a Haití a reconstruirse, trabajando codo con codo con el Gobierno para que el dinero y la ayuda invertida a la fecha tengan beneficios duraderos, creando empleos y liberando al país de su dependencia de la generosidad internacional. En este sentido, la grave situación haitiana es un recordatorio de nuestras grandes responsabilidades. Hace una década, la comunidad internacional comenzó el nuevo siglo acordando que se actuaría para eliminar la extrema pobreza en 2015. Se han dado importantes pasos hacia estos “objetivos del Milenio”, en áreas como salud y educación maternal para evitar enfermedades infecciosas, pero ha habido pocos avances en otras áreas críticas. Estamos muy lejos de alcanzar nuestras promesas enfocadas en que los pobres del mundo tengan un futuro mejor. Mientras acudimos en ayuda de Haití, no perdamos la perspectiva general. Ese fue el mensaje que recibí, alto y claro, de la gente en las calles de Puerto Príncipe. Pedían trabajos, dignidad y un futuro mejor. Esa es la esperanza de todos los pobres del mundo, vivan donde vivan. Haciendo lo que se debe hacer en Haití, en este momento de necesidad, lanzaremos un fuerte mensaje de esperanza para todos ellos.

Fuente

Centro de información/ Naciones Unidas / Colombia- Ecuador- Venezuela (CINU)

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