Por: Natalia Gnecco

La primera vez que Julio pasó por el hueco tenía veinte años. Su hermana mayor vivía indocumentada en Nueva York y para reunirse con ella, salió de Medellín a mediados de 1985 con tres hermanos más. Fue así como consiguió dinero prestado y compró los tiquetes con una ruta especial: de Medellín a San Andrés y de allí a Nicaragua con destino final Ciudad de Méjico, dos países que no exigían visa en ese entonces.

Una vez en Ciudad de México tomaron un bus hasta Tijuana a un hotel en donde debía contactar a uno de los coyotes más importantes de esa época, quien les informó que esa misma noche saldrían rumbo a Estados Unidos. Ellos pagaron trescientos dólares cada uno por la pasada y los metieron en el baúl de un carro, la policía los detuvo, conversó un rato con el conductor y no tuvieron ningún inconveniente, pasaron a San Diego y después viajaron hasta Nueva York. Cuando Julio se reúne con su hermana mayor se entera que sus dos hermanas menores también quieren salir de Colombia por el hueco, entonces a la semana siguiente regresa a Medellín, con la sorpresa que medio barrio se enteró de su hazaña.

“Entonces me embarqué con mis dos hermanas y diecisiete personas más, hice todos las vueltas con la agencia de viajes, todos los contactos y recibí una comisión por cada cliente y con la misma ruta los llevé a Nueva York”, asegura. Así empezó como coyote, a pasar gente por el hueco cada mes y medio, más o menos, hasta cuando se pudo, porque después de un tiempo la zona se puso caliente en la frontera de México y le tocó parar el negocio.

La mayoría de su familia se quedó en Estados Unidos y el se devolvió para Medellín. Allá se casó y tuvo dos hijos. Con el tiempo el dinero escaseaba y la situación se ponía más difícil. Era taxista y pidió la visa americana para su familia y se la dieron a todos menos a él, entonces mandó a su mujer e hijos para Nueva York . “Yo entré de nuevo por el hueco, esta vez por tierra desde Guatemala, hice muchos trayectos a pie, saltando y en Méjico hasta la ropa me quité en el río, para que los guardias no se dieran cuenta que era indocumentado.”

Así vivieron en Estados Unidos de 1994 hasta el 2001 en donde tuvieron otro hijo. Trabajó en construcción, haciendo limpieza, en restauración, en todo lo que pudiera para sostener a su familia, pero siempre estuvieron ilegales y la situación se fue complicando porque oían los cuentos de la gente que deportaba inmigración. “Un buen día leí en un periódico latino que Canadá estaba recibiendo gente para trabajar y había abogados que hacían todo el trámite y llamé a un abogado de Miami que tenía otra gente en Nueva York y Montreal.”

Rumbo a Canadá

En el 2001 se podía llegar hasta la frontera de Canadá y pedir refugio. Julio y su familia llegaron y los aceptaron inmediatamente. Entraron por la frontera de Lacolle en agosto de 2001 y los mandaron para la YMCA que es un hostal gratis para todos los refugiados en Montreal. “Allí me dieron una pieza para mi familia y estuvimos un mes mientras una trabajadora social me ayudaba a llenar todos los papeles, porque no hablaba ni ingles ni francés. Cuatro meses después nos llamaron a audiencia”

La historia o PIF que Julio presentó a las autoridades de inmigración se produjo, supuestamente, durante el tiempo que vivió en Medellín y trabajó como taxista. Julio afirmó que un día recogió a dos hombres en la calle que le dieron una dirección y al llegar a ese lugar le pidieron que esperara unos minutos y se presentaron con unos baúles pesados y extraños. Cuando preguntó por el contenido le contestaron de mala gana. Julio insistió y ante su negativa para llevarlos a otra dirección, los pasajeros lo amenazaron con matarlo y le dijeron que pertenecían a uno de los Frentes de la FARC, que era un armamento para un grupo que operaba en una de las comunas de Medellín y que obedeciera.

Julio condujo hasta el lugar acordado y mientras los hombres bajaban el armamento emprendió la fuga. Lamentablemente los hombres tomaron el número de las placas y comenzó a recibir amenazas de muerte hasta que un día le hicieron un atentado en la puerta de su casa, del cual sale ileso y es por eso que decide salir de Colombia con su familia.

Un consultor de inmigración le dijo que debía presentar una prueba de que había instaurado una denuncia en Medellín. Con ayuda de sus amigos en Colombia la consiguió. Además recreó los hechos con un supuesto taxi que había recibido los impactos de bala y adjuntó recortes de noticias de diarios locales y nacionales que hablaban de los fuertes enfrentamientos en las comunas de Medellín y toda la violencia que se vivía allí debido a la presencia de grupos amados.

El juez hizo las preguntas pertinentes y en cuestión de una hora salió con su refugio aprobado. Desde entonces vive en Montreal, trabaja como pintor y logró salir de la ayuda social, la cual recibió por espacio de dos años y ahora trabaja de manera legal. Compró su casa, sus hijos estudian y su mujer también trabaja.

Durante todo este tiempo, Julio ha seguido ayudando a otros familiares a solicitar refugio, aunque ahora para poder llegar a la frontera si la gente no tiene familiares en Canadá deben hacerlo clandestinamente. “Hay miles de maneras de pasar por la frontera. Unos parientes pasaron en un carro casa con unos turistas americanos. También se puede en lancha por los lagos que unen a Nueva York con la provincia de Québec o por los laditos en la misma frontera de Lacolle. Cuando los guardias que se paran en esas garitas salen al baño o a comer algo, entonces la gente aprovecha y pasa en su propio carro”.

El abogado de Julio le cobró 1.500 dólares en el 2001, ahora la tarifa aumentó a 6.000 dólares americanos porque incluye la ayuda para pasar clandestinamente por la frontera.

Fuente

Conexión Colombia. www.conexioncolombia.com

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