Con el timón de su taxi en las manos, Nelly Bonilla llevaba y traía pasajeros en Bogotá, a finales de mayo pasado. De pronto, recogió en la calle a Philippe, periodista francés, y al notar su acento, la taxista santandereana puso un CD y subió el volumen para que escuchara la versión en salsa de 'La Vie en Rose', el célebre himno de Edith Piaff. Ante la curiosidad del francés, Bonilla le contó su sorprendente historia: la que cantaba con acento salsero “... je vois la vie en rose...” era ella misma, una mujer que a punta de esfuerzo había llegado a cantar en los bares de salsa de París y que ahora se ganaba la vida detrás de un taxímetro en Bogotá. La historia cautivó al pasajero, quien la citó al día siguiente en su oficina. Bonilla llegó con dos discos de regalo y el periodista la contactó con su esposa, quien estaba organizando una noche de recaudación de fondos en la residencia de la embajada francesa en Bogotá. Allí, Nelly Bonilla se transformó de nuevo en la voz del grupo Panela, como orquesta invitada. Su disco, que había sido grabado dos años atrás, ya estaba en los estantes de la tienda Fnac, en París, donde ha causado sensación. Patrick Gaudi, promotor del álbum en la tienda, dice con orgullo que en el pasado verano se vendieron todos los ejemplares y tuvieron que pedir más discos. En la actualidad, su versión de 'Rien de rien' (otra legendaria canción de Edith Piaff) ya se escucha en la emisora La Latina de París. Pero la verdadera obra de arte, más allá de su disco que resuena en el exterior, es su propia vida, fraguada a punta de tropezones, pues desde los 5 años tuvo que superar una poliomielitis infantil de manera casi milagrosa. Una vocación tempranaSu madre, Ruth Cortés, había viajado con su familia de Santander a Bogotá para enfrentar el polio de su hija, y terminó separándose de su marido tras negar su permiso para una operación, por lo cual quedó sola, a cargo de Nelly, con su modesto oficio de costurera. Pero la decisión fue providencial, pues la niña empezó a curarse y a los 8 años ya no tenía síntomas de la enfermedad. A esa edad, ella quiso ayudar en casa y buscó a su padre, quien se había vuelto a casar y había creado una orquesta. Atraída por la música, Bonilla comenzó a ir a los ensayos y seis meses después su padre, Alfredo, la dejó cantar para quitársela de encima. La voz de Nelly se ganó un lugar en Los Leales de Colombia y con el grupo, luego de tres años de trabajo, llegó a un programa de televisión llamado La buena mesa, donde se presentaban orquestas en vivo. A los 11 años, fue contratada allí por la orquesta Los satélites armónicos y, luego, por un sexteto argentino que tocaba en el hotel Hilton, donde aprendió a cantar boleros, bossa nova en portugués y otros ritmos que expandieron su experiencia en la música tropical. A los 17 años quedó embarazada y el papá de su hijo la abandonó, así que volvió a casa de su padre, que quedó encantado con el bebé, de nombre Fabio. De nuevo la suerte jugó en su favor, pues en la orquesta de su padre, Bonilla conoció a Fernando Parra, trompetista, quien resultó ser el amor de su vida y el artífice para buscar nuevos horizontes, pues él se ganó un concurso de trompeta, cuyo premio mayor era un viaje a Francia para continuar sus estudios musicales. Bonilla había empezado a estudiar artes plásticas y en ese entorno, poco antes de viajar a París, conoció al pintor Saturnino Ramírez, quien le prestó a la joven pareja su apartamento en la Ciudad Luz. París era una fiestaSu buena estrella también cruzó el Atlántico: al llegar al aeropuerto parisino fue retenida por transportar en una maleta productos agrícolas. Bonilla hoy se ríe al recordar que por ‘primípara’ empacó papa criolla, café y panela, una palabra que la sigue y hoy da nombre a su grupo musical. Pero la fortuna le deparó que el oficial que la interrogó había vivido en el barrio Normandía, de Bogotá, cuando trabajaba en la seguridad de la embajada francesa en Colombia. Su esposo, con quien tiene 31 años de vida conjunta y dos hijos más, aparte de estudiar la trompeta, se rebuscaba el dinero tocando con una orquesta en eventos y lugares latinos. Entre ellos, tocaba en Les Étoiles, un lugar histórico donde se presentaban los más conocidos salseros de la época en París. Allí también cantaba Yuri Buenaventura. Una noche, Bonilla le preguntó al director de la orquesta si podía subir al escenario para cantar La sopita en botella, de Celia Cruz. Como era de esperarse, el público la aplaudió emocionado y ella fue contratada para cantar en una big band de 14 músicos, que se llamaba Piquete Latino. Después se presentó también en La Coupole, un reconocido restaurante club donde se daban cita los grandes del momento. Cuando se acabó la beca de su esposo, Bonilla ya era reconocida como cantante folclórica y la embajada colombiana en París la había llevado de gira por toda Francia con un festival gastronómico de comida criolla. Panela, de regresoDe regreso en Colombia, rearmó el grupo Panela. Hoy son 10 músicos: tres trompetas, piano, bajo, tres percusionistas, un corista y una cantante. Hizo una gira de música folclórica y jazz, con el Banco de la República, pero cuando se impuso la ‘ley zanahoria’, todo cambió. Los sitios que antes contrataban una orquesta para tocar ya no podían tener música en vivo. Al mismo tiempo, Fernando se retiró de la Orquesta Sinfónica y se dedicó a la docencia en el Conservatorio de la Universidad Nacional. En medio de la crisis, Bonilla se compró un taxi. Como una prueba de que no se deja vencer por nada, se convirtió en taxista a pesar de la preocupación de su familia. Con tenacidad, y después de muchos años conduciendo, hoy tiene ya siete taxis. Su siguiente destino puede no ser el que le pida un pasajero, sino el que le depare el incipiente éxito de su disco en Francia. Para ella, la vida es ahora color de rosa Orgullo que cruza fronterasEl disco de Nelly Bonilla y su grupo Panela tiene ocho canciones, entre ellas los clásicos franceses ‘La vie en Rose’ y ‘Rien de Rien’, pero en versiones tropicales. De hecho, la segunda es muy colombiana, pues tiene gaita, tambores, flauta y seis percusionistas. Hay también boleros adaptados y cuatro composiciones de la propia cantante, la primera de ellas, ‘Qué orgullo ser colombiano’, que da título al álbum. Las otras se llaman ‘El paraíso’, ‘Enamórate de mí’ y ‘Melao ’e panela’. Bonilla también participó en el arte del disco, con pinturas y dibujos que muestran aspectos de la música folclórica nacional.

Fuente

El Tiempo