El voto hispano volvió a mostrar que el tema migratorio solo es prioritario en ciertos estados.
A diferencia del voto afro-americano, que en su inmensa mayoría (90 por ciento en esta ocasión) siempre vota en bloque a favor del Partido Demócrata, en esta elección el voto hispano confirmó que, lejos de ser monolítico, tiene importantes variantes regionales. Por ejemplo, aunque el 64 por ciento votó por candidatos demócratas al Congreso y solo un 34, por los republicanos, los tres candidatos hispanos que lograron triunfos históricos son del Partido Republicano. Susana Martínez será la primera gobernadora hispana del estado. Brian Sandoval será el primer gobernador latino de Nevada y Marco Rubio, en la Florida, ganó la elección al Senado.
El voto hispano es decisorio en ciertos estados y solo en aquellos casos en los que se conjugan dos factores específicos. Cuando la contienda es muy reñida y cuando se da en un estado donde dicho voto tiene un peso específico. En California, por ejemplo, los latinos tuvieron una participación récord, 22 por ciento de los votantes, 4 más que en la presidencial del 2008. Y, como ya es costumbre desde 1994, la inmensa mayoría de ellos votó a favor de los candidatos demócratas. En el caso específico de la contienda por la gobernación del estado, el 73 por ciento votó a favor del demócrata Jerry Brown, y solo el 18, por la republicana Meg Whitman. Del resto de la papeleta electoral, la mayoría de los latinos escogieron a candidatos demócratas a un ritmo de dos por uno. Un predominio que explica por qué tres de cada cuatro latinos en California tienen una impresión negativa del Partido Republicano y seis de cada diez tienen una positiva de los demócratas.
Para bien o para mal, el tema migratorio solo es prioritario en ciertos estados y en ciertas circunstancias. Por regla general, a los latinos los preocupan el estado de la economía, el desempleo, la educación, el cuidado de la salud, mucho más que el tema migratorio. Su importancia depende de circunstancias coyunturales muy específicas. "Cuando un candidato pinta a los indocumentados como criminales -me dice el politólogo David Ayón- o cuando los latinos perciben el maltrato contra uno de ellos, como fue el caso de Whitman con su empleada doméstica, toda la comunidad latina se siente aludida y se moviliza".
Un caso semejante sucedió en Nevada, donde los hispanos forman aproximadamente el 15 por ciento de los votantes y al menos el 69 de ellos votaron por el candidato demócrata al Senado Harry Reid, según las encuestas a la salida de las urnas. Un triunfo que en gran parte se debió al profundo rechazo de los hispanos a su contrincante, una mujer del Tea Party, que se lanzó con ira contra los indocumentados y los pintó en su propaganda como amenazantes pandilleros tatuados que ponían en riesgo a la mayoría blanca.
En Florida, Nuevo México y Colorado, Rubio, Martínez y Sandoval se pronunciaron claramente contra la inmigración indocumentada, pero en su propaganda no la demonizaron. Rubio obtuvo el 55 por ciento del voto hispano y Sandoval solo el 33. En el caso de Martínez, no hubo encuestas de salida que permitan precisar el porcentaje de voto latino.
Lo relevante, sin embargo, es que los candidatos que adoptaron una línea dura contra los indocumentados solo pagaron las consecuencias en la región suroeste y no en el resto del país, donde el voto latino sigue siendo minúsculo. A largo y mediano plazos, es evidente que el futuro de los partidos políticos dependerá del voto hispano porque, siendo ya el grupo minoritario de mayor crecimiento en EE. UU., para el 2050 será la cuarta parte de la población. Por otro lado, mientras el porcentaje de votantes latinos siga creciendo y el país continúe dividido en dos bandos irreconciliables con un centro que oscila hacia la derecha o hacia la izquierda en cada elección, en un futuro no lejano, el maltrato contra los indocumentados será impensable porque el voto latino marcará la diferencia entre el triunfo y la derrota.
El Tiempo