Con 27 años, John Henry Trujillo es co-inventor de dos patentes del científico de Buenaventura que trabaja en la Nasa, Raúl Cuero. John arma un cubo de Rubik -de esos que tienen seis caras de colores-, en menos tiempo del que se tarda alguien en lavarse los dientes. Eso es poco, teniendo en cuenta que a la edad de 27 años, es el co-inventor de un dispositivo que logra encontrar petróleo entre 15 y 30 segundos, cuando los métodos convencionales lo hacen en 45 días. Invento que además fue catalogado por la comunidad científica y universidades del país, en una publicación de La República, como uno de los cinco más importantes para la historia de Colombia, y que John realizó en equipo bajo la tutoría de uno de los científicos colombianos más importantes en el mundo: Raúl Cuero. Aunque no trabaja en la Nasa, John Henry Trujillo ha ido tantas veces de visita a ese lugar que ya perdió la cuenta. Es curioso que, a pesar de ello, sienta que los mejores días de su vida los ha pasado en Terrón Colorado, barrio de Cali donde creció y conoció el amor. Incansable búsqueda de conocimiento La mamá de John, ama de casa, se siente afortunada porque en vez de pedirle a su hijo que estudiara, le tenía que decir que descansara. Afirma que una de las pocas veces que le dieron queja de él en el colegio fue porque se la pasaba detrás de su hermana cuidándola, a pesar de que nadie le había pedido que lo hiciera. Estudió en un colegio del barrio Miraflores y a los 17 años entró a la Universidad del Valle.No fue fácil. Quería cursar biología, pero a pesar de su esfuerzo el promedio no le alcanzaba. Entró a matemáticas y más adelante, en sexto semestre, a ingeniería de sistemas en la Universidad Javeriana. Aunque pareciera cosa de locos estudiar al tiempo ambas carreras, John dice que no fue tan complicado. Distinto piensa su papá, quien lo veía pasar derecho estudiando en las noches para luego salir de madrugada a clase, a veces sin desayunar. Aún así sacaba tiempo para vender camisetas en el centro con su novia Ivonne, - hoy su esposa - a la que conoció en Terrón a los catorce años. Lo hacía por ayudarla, pero también porque, cuenta, tuvo que pagar la segunda carrera a crédito, con ayuda de sus padres. Su papá confiesa que eso lo trasnochaba, pero cree que es parte de los sacrificios que “uno tiene que hacer” para conseguir triunfos. Fue ahí, en las calles del centro, entre el rebusque, el esfuerzo y la competencia de las ventas, que vio que “acá la gente es pobre por la mentalidad. Se pasan preguntándose cómo ganarse un millón, cuando hoy he visto gente de afuera que se gana cantidades, sólo por cambiar su forma de pensar”. En esos años universitarios estuvo en clases de guitarra, de astronomía y hasta de talla de madera. Su pasión profunda, sin embargo, ha sido siempre la biología. Tal vez porque la casa en que nació, en Pilas del Cabuyal, una vereda cercana al Zoológico de Cali, está junto al río, a donde, cuenta su familia, le encanta ir a pasar el tiempo (cuando le queda). Su mamá ríe al recordar que cuando tuvo su primera careta de buceo se duchó con ella puesta. Y fue en biología, combinada con ingeniería - es decir, en biología sintética - que hizo su tesis de grado: un proyecto para modelar una proteína. John agradece que la universidad no se la aprobara, porque fue allí que, como en las películas, su vida tuvo un punto de giro. Un mentor de altura “¿Qué quiere comer? Si no sabe, entonces pidamos unos plátanos con jugo de mango”. Con esas palabras recuerda John su primer encuentro con el científico bonaverense que trabaja en la Nasa, Raúl Cuero. La reunión se dio porque, cuando le rechazaron su tesis, John comenzó a buscar quién se dedicaba a la biología sintética. Y esa persona era precisamente Cuero. John le envió su tesis por correo electrónico y, tres meses después, el científico le contestó y acordaron una cita en Bogotá. Desde entonces trabaja con él en los Parques de la Creatividad, centros de investigación fundados por el investigador. Comenzaron con un proyecto de modelación de una bacteria que se adapta a condiciones difíciles, como las de Marte. Con la investigación, él y otros jóvenes, quedaron en tercer puesto en un concurso en MIT, en Boston. “Dejamos a Colombia en alto”, narra. Podría pensarse que el éxito del proyecto es, precisamente, que los colombianos se adaptan a cualquier situación. Desde entonces, su carrera ha ido en ascenso. Al principio los viajes iban por cuenta propia y había que pagarlos con gran esfuerzo. Su papá bromea cuando cuenta que su hijo “tiene más millas de vuelo” que él, que trabaja desde hace 30 años en una agencia de viajes. Y es que Cuero y John tienen en común su origen humilde, su sencillez, su creatividad y su amor por la ciencia. Podría decirse que, en cierta forma, John le sigue los pasos a su mentor. El joven, cuenta su mamá, ve al científico como a un segundo padre. Lo ha visitado en La Nasa innumerables veces, la primera, en el 2006. Sus allegados narran que John en una conferencia se subió a un banquillo para alcanzar en estatura al maestro, quien mide casi dos metros, frente a los 1,62 del pupilo. Tras la carcajada del auditorio, Cuero comentó que John es “un pelado al que, lo que le falta en estatura, le sobra en inteligencia”.
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